2017 TARIFA VIII ZEPHYRADA FOTOS E HISTORIAS

[Andreu Benito]

Hola a todos.
Como pasan los días! Esto va demasiado rápido, tanto que quería escribir el relato del segundo día de viaje en seguida después del primero y si me descuido ya estamos pensando en la siguiente zephyrada.
Bien, antes que nada, quería deciros que hay que agradecer a Pedro y a Dolores, el esfuerzo que han hecho para llevar a cabo la organización de esta reunión de zephyreros y a Iván y a Edu por su colaboración. Juntar a tanta gente variopinta, con sus motos del siglo pasado, viniendo de sitios tan distantes no es fácil. Claro está que a todos nos une una afición común y que con una buena predisposición ya tenemos media faena hecha. Gracias, sinceramente, gracias a todos vosotros.
La descripción de Rubalkjet, sobre los especímenes semidesnudos engrasando y poniendo aceite a sus motos me ha hecho sonreír y, al leerlo he vuelto a ver la imagen nítida de la mañana después de llegar a Tarifa. Nada de ir a ver la playa, ni las dunas. Con los ojos medio pegados de lagañas, el trapo en una mano y la lata de aceite o el bote de grasa en la otra, un montón de tipos en pantalón corto y chancletas dando vueltas alrededor de sus motos, en silencio, concentrados cada uno en lo suyo. .
La historia de Rubalkjet, la de los amigos alemanes, y todas las historias personales de cada uno de los que hicimos el viaje las tendremos para siempre con nosotros y eso es lo que da valor a esta aventura.
Y después de este preámbulo ahí va el segundo día de viaje en compañía de Desi, que nos llevó desde Fernán Caballero hasta el sorprendente Setenil de las Bodegas.
El inaguantable calor del día nos dio una breve tregua en la noche de Fernán Caballero. El cansancio acumulado después de 900 km de viaje pudo más que los ronquidos de Desi de manera que, hasta las primeras luces del día siguiente, dormí como un bendito. Nos pusimos en marcha, montamos los bártulos en las motos y buscamos un bar donde tomar una café con leche. El pueblo olía a mañana y una temperatura suave nos acompañaría durante unas pocas horas. Pusimos proa a Ciudad Real y allí, en el centro de la ciudad nos encontramos con una Triumph de tres cilindros, una Tiger, moderna, con un neumático trasero casi dos veces más ancho que el de la pequeña de las Zephyrs, con toda la parafernalia que usan las motos modernas de más 15.000€. Se puso a nuestro lado en el primer semáforo rojo, arrancamos y la perdimos de vista hasta que al salir de Ciudad Real, cuando tomábamos la nacional, volvió a aparecer la Triumph, presumida, haciendo gala de su potencia, acelerando para adelantarnos y pensando que nos dejaría atrás por una carretera que serpenteaba en una subida constante, ancha y de buena visibilidad. Desi, que iba delante de mí, también aceleró y yo, por no ser menos, empecé a retorcer la oreja de mi siete y medio. La carretera se abría ante nosotros con un asfalto impecable, curvas bien dibujadas y la aguja del tacómetro bailando en la zona alta. La Triumph iba deprisa, 120, 130, 140.... Desi que no se despegaba y yo viendo pasar las cosas por el rabillo del ojo cada vez a más velocidad. Subíamos rápidos, muy rápidos, adelanté a Desi y por primera vez sentí que a la siete y medio le hubiera ido bien tener un poco más de potencia cuando, en quinta, aceleraba en la salida de las curvas. Más potencia o subirla más de vueltas en cuarta, pero no tenía sentido porque la velocidad ya era más que suficiente. Y así seguimos un rato, sin perder de vista los 15.000 eurillos de moto que nos abrían paso hasta que Desi me adelantó y, teniendo a la vista una gasolinera, puso el intermitente y nos paramos con una sonrisa dentro del casco al principio y a carcajadas después, Desi me dijo: "Vaya cara se le habrá puesto al pavo de la Triumph cuando ha visto que no nos dejaba atrás. Nosotros con motos de más de 20 años y de 2.000€ y él con su supermoto". Paramos en la gasolinera, para que la Triumph se perdiera porque no teníamos que repostar y era una manera discreta para acabar con aquella carrera en carretera abierta.
Las horas iban pasando y el calor nos estaba empezando a machacar. Ya me dolía otra vez allí donde se juntan las piernas con las posaderas. Un pueblo, otro y nos paramos a comer algo en un pueblo que no recuerdo pero que estaban de fiesta porque era el jueves de Corpus. Una buena parte de la calle principal la ocupaban las terrazas de los bares y las banderas adornaban la plaza del pueblo. Los coches y demás vehículos quedaban fuera de contexto y los peatones, por un día, ganaban la partida a los vehículos. Seguimos nuestra ruta y por fin llegamos a Setenil donde nos esperaba un hotel con piscina. Perfecto final de trayecto para unos 400 km. de carretera, pero donde descubrí con horror que mi moto se había tragado casi un litro de aceite. Y digo con horror porque, desde que yo la tenía, nunca había consumido aceite y empecé a barruntar por dónde había tirado el aceite, qué junta había fallado, o si un retén se había roto y habría ocasionado una avería seria en el motor. Desi me miraba y se reía de mi desesperación porque él ya sabía que la siete y medio gastaba aceite. Pero yo no. Y lo que era peor: yo no me lo acababa de creer, no me lo podía creer. Esa noche no pude dormir pensando en el maldito aceite. Al final le puse el medio de litro que yo llevaba, más medio litro que me dio Desi y una vez rellenado el motor nos fuimos a visitar el centro de Setenil. Extraño pueblo donde parece que las casas sustenten una montaña que amenaza con aplastar el pueblo entero si un día a aquella masa de roca le da por suspirar. Un paseo por sus callejuelas, unas tapas y a dormir para estar a punto al día siguiente y cubrir el último tramo que nos tenía que llevar hasta Tarifa.