07-07-2017, 10:53 AM
Buenos días.
Ya estamos aquí de nuevo para intentar no aburrir demasiado con el relato del último tramo del viaje que nos llevaría desde Setenil hasta Tarifa.
Después de pasear por Setenil, de fotografiar las calles caprichosas del pueblo, de observar las casas, las terrazas, los rincones, un puente construido con una estructura de hierro que me pareció casi perfecta por su diseño, ligero y sencillo, integrado, como un elemento más del mobiliario urbano en el tajo labrado por el río Guadalporcún y que une las dos partes de una población fuera de lo normal, nos sentamos en la terraza de un bar para cenar a base de tapas.
Llegamos al hotel saludamos a un portugués que viajaba en solitario con una Honda trail, echamos un vistazo a la ropa que habíamos tendido en el balcón y nos acostamos cada uno pensando en lo suyo que para mí se reducía a la maldita mirilla del nivel de aceite de mi moto.
Y amaneció, que no es poco, como dice el título de un programa de radio, desayunamos y por fin nos pusimos en marcha rumbo a Tarifa, pasando por Ronda, pero antes, tan urgente como repostar era encontrar aceite por si acaso había que reponer el nivel de mi querida Zephyr. Un último vistazo a Setenil y en marcha hacia la primera estación de servicio, no muy lejos de Setenil, donde pudimos repostar el dichoso aceite. La carretera, no muy ancha y de asfalto aceptable nos llevó a Ronda casi sin darnos cuenta. Aparcamos en una zona peatonal, justo frente a la oficina de información de turismo, en un lugar muy agradable: la plaza de toros y los jardines del parque de la Alameda, con sus famosos miradores sobre el llano y donde se encuentra el espectacular "balcón del Coño". Cuando te asomas a ese balcón entiendes el origen de su nombre popular. Y estando en ese parque se me acercó un turista inglés, aficionado a las motos y me preguntó por la Zephyr, que si es muy bonita, que si brillaban los cromados, etc. Estábamos Desi, el turista y yo comentando en mi precario inglés las excelencias de nuestras motos cuando se nos unió un rondeño y nos preguntó si estábamos haciendo la vuelta a España. Lo de las matrículas, una de Barcelona y la otra de Madrid, así como los años que sospechaba pudieran tener las motos, lo tenían un poco intrigado. Desi se quedó en la plaza y yo me fui a ver el Puente Nuevo. ¿Qué puedo decir que no se haya dicho ya de ese impresionante puente?. Exacto, lo diré en dos palabras: im-presionante!, pero no fue solo el puente lo que me impresionó. También me llamó la atención la ingente cantidad de turistas originarios de todo el mundo haciéndose fotos en el puente. Y de entre esa masa de turistas unas chicas, de muy buen ver, japonesas o chinas -qué más da- y un rondeño, que las rondaba utilizando todos los medios a su alcance, intentando explicarles en un inglés parecido al mío, que cerca del puente hay un balcón que se conoce con el nombre del "coño" que es una "very bad word", intentaba decir. Y las otras insistiendo en qué significaba "coño", y el improvisado guía turístico, al final, intentando ser educado, no sabiendo como explicarse señaló allí donde se encuentran las piernas femeninas. Por fin las japos o chinas -qué más da- se lo miraron con cara de no saber si reír o mandarlo al c.... de su madre. En ese momento se acabaron las expectativas de estrechar lazos interculturales entre oriente y occidente.
Una vez hechas las fotos de rigor volvimos de nuevo a la carretera, que no inspiraba mucha confianza, y que se abría ante nosotros como una sucesión inacabable de curvas y más curvas, que se adaptaban a un terreno montañoso, seco, pero con unas vistas espectaculares. El calor ya se hacía notar y para mí se hacía casi insoportable. Paramos en algunos miradores de la carretera donde las vistas eran como las de un reportaje aéreo por lo abrupto del paisaje. En un bar situado en una curva de la carretera, -si un coche si hubiera despistado se nos hubiera llevado por delante-, paramos para hidratarnos y para descansar un poco. Los pueblos se iban sucediendo hasta que al final llegamos a Tarifa. Por fin estábamos a punto de acabar el viaje. Tarifa. Después de las solitarias carreteras, de repente, ¡Tarifa!.. y el mar. Coches, camiones, la carretera congestionada y muy mal asfaltada, ruido. Un contraste repentino bajo un sol que lo quemaba todo. Viento, mucho viento. Y a la izquierda, entre una neblina, vimos como se erguían las montañas de África vigiladas por hileras de aerogeneradores que giraban a toda velocidad. Paramos en una gasolinera, Desi habló con Pedro y tras una breve conversación, como siempre, Desi se orientó y como si fuera un lugareño más, sin dudar un instante ni preguntar a nadie, nos plantamos en el camping donde nos recibieron Pedro y Dolores. Ya estábamos en nuestro destino, por fin, después de más de 1.600 km. el viaje de ida a Tarifa ha terminado. Ya solo quedaría el viaje de vuelta a casa.
Ya estamos aquí de nuevo para intentar no aburrir demasiado con el relato del último tramo del viaje que nos llevaría desde Setenil hasta Tarifa.
Después de pasear por Setenil, de fotografiar las calles caprichosas del pueblo, de observar las casas, las terrazas, los rincones, un puente construido con una estructura de hierro que me pareció casi perfecta por su diseño, ligero y sencillo, integrado, como un elemento más del mobiliario urbano en el tajo labrado por el río Guadalporcún y que une las dos partes de una población fuera de lo normal, nos sentamos en la terraza de un bar para cenar a base de tapas.
Llegamos al hotel saludamos a un portugués que viajaba en solitario con una Honda trail, echamos un vistazo a la ropa que habíamos tendido en el balcón y nos acostamos cada uno pensando en lo suyo que para mí se reducía a la maldita mirilla del nivel de aceite de mi moto.
Y amaneció, que no es poco, como dice el título de un programa de radio, desayunamos y por fin nos pusimos en marcha rumbo a Tarifa, pasando por Ronda, pero antes, tan urgente como repostar era encontrar aceite por si acaso había que reponer el nivel de mi querida Zephyr. Un último vistazo a Setenil y en marcha hacia la primera estación de servicio, no muy lejos de Setenil, donde pudimos repostar el dichoso aceite. La carretera, no muy ancha y de asfalto aceptable nos llevó a Ronda casi sin darnos cuenta. Aparcamos en una zona peatonal, justo frente a la oficina de información de turismo, en un lugar muy agradable: la plaza de toros y los jardines del parque de la Alameda, con sus famosos miradores sobre el llano y donde se encuentra el espectacular "balcón del Coño". Cuando te asomas a ese balcón entiendes el origen de su nombre popular. Y estando en ese parque se me acercó un turista inglés, aficionado a las motos y me preguntó por la Zephyr, que si es muy bonita, que si brillaban los cromados, etc. Estábamos Desi, el turista y yo comentando en mi precario inglés las excelencias de nuestras motos cuando se nos unió un rondeño y nos preguntó si estábamos haciendo la vuelta a España. Lo de las matrículas, una de Barcelona y la otra de Madrid, así como los años que sospechaba pudieran tener las motos, lo tenían un poco intrigado. Desi se quedó en la plaza y yo me fui a ver el Puente Nuevo. ¿Qué puedo decir que no se haya dicho ya de ese impresionante puente?. Exacto, lo diré en dos palabras: im-presionante!, pero no fue solo el puente lo que me impresionó. También me llamó la atención la ingente cantidad de turistas originarios de todo el mundo haciéndose fotos en el puente. Y de entre esa masa de turistas unas chicas, de muy buen ver, japonesas o chinas -qué más da- y un rondeño, que las rondaba utilizando todos los medios a su alcance, intentando explicarles en un inglés parecido al mío, que cerca del puente hay un balcón que se conoce con el nombre del "coño" que es una "very bad word", intentaba decir. Y las otras insistiendo en qué significaba "coño", y el improvisado guía turístico, al final, intentando ser educado, no sabiendo como explicarse señaló allí donde se encuentran las piernas femeninas. Por fin las japos o chinas -qué más da- se lo miraron con cara de no saber si reír o mandarlo al c.... de su madre. En ese momento se acabaron las expectativas de estrechar lazos interculturales entre oriente y occidente.
Una vez hechas las fotos de rigor volvimos de nuevo a la carretera, que no inspiraba mucha confianza, y que se abría ante nosotros como una sucesión inacabable de curvas y más curvas, que se adaptaban a un terreno montañoso, seco, pero con unas vistas espectaculares. El calor ya se hacía notar y para mí se hacía casi insoportable. Paramos en algunos miradores de la carretera donde las vistas eran como las de un reportaje aéreo por lo abrupto del paisaje. En un bar situado en una curva de la carretera, -si un coche si hubiera despistado se nos hubiera llevado por delante-, paramos para hidratarnos y para descansar un poco. Los pueblos se iban sucediendo hasta que al final llegamos a Tarifa. Por fin estábamos a punto de acabar el viaje. Tarifa. Después de las solitarias carreteras, de repente, ¡Tarifa!.. y el mar. Coches, camiones, la carretera congestionada y muy mal asfaltada, ruido. Un contraste repentino bajo un sol que lo quemaba todo. Viento, mucho viento. Y a la izquierda, entre una neblina, vimos como se erguían las montañas de África vigiladas por hileras de aerogeneradores que giraban a toda velocidad. Paramos en una gasolinera, Desi habló con Pedro y tras una breve conversación, como siempre, Desi se orientó y como si fuera un lugareño más, sin dudar un instante ni preguntar a nadie, nos plantamos en el camping donde nos recibieron Pedro y Dolores. Ya estábamos en nuestro destino, por fin, después de más de 1.600 km. el viaje de ida a Tarifa ha terminado. Ya solo quedaría el viaje de vuelta a casa.